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El hippie nació allá por los años 60 formando un movimiento en contra de todo tipo de vida capitalista y materialista occidental. De pelo largo, desaliñado y bohemio, supo imponerse en la juventud de la época como una moda, que como todas, fue perdiendo interés a través de las décadas subsiguientes. Han pasado 50 años del nacimiento del hippismo y sus principales características con las que se identificaban como la música, paz y amor, liberación sexual, marihuana y LSD, yoga, tolerancia, aceptación, igualdad de géneros, vida en armonía con la naturaleza y sus cuatro elementos, vegetarianismo, rechazo a las guerras y cualquier forma de violencia. Pero como diría Darwin, en esta vida todo evoluciona y el hippie no ha escapado a ello. Tras la desaparición del movimiento hippie de protesta y anti imperialista, su cultura, o por lo menos parte de ella (yo diría prácticamente nada), sigue en vida. Ojo! No se confunda, no hablo de ideales, solo de estilos de vida, más que nada los referidos a la moda…
Así es como se da nacimiento al Hippie postmoderno, un nuevo ser que tiene características del hippie tradicional pero en vez de sentir que debe enfrentarse al sistema se adapta y vive dentro de el quejándose del imperialismo que consume a diario.
Pero ¿cómo reconocer a un individuo de estas características? Fácil…
Primero claro está usted lo va a poder reconocer fácilmente por su aspecto desaliñado, sin peinar y barba desprolija. Pero no se confunda, el peinado es proveniente de una de las peluquerías mas costosas y a modernas, a la cual niega ir, su vestimenta es de última moda y sus lentes Ray ban no le costaron menos de 900. El hippie adora la naturaleza, aunque nunca pero nunca se iría de viaje en carpa. Eso si, le encanta irse de “mochilero” siempre y cuando su medio de transporte sea avión preferentemente o colectivo en su defecto y su estadía sea en un hostel de última generación. La naturaleza es su hábitat principal, queriendo escapar del color gris ciudad no duda en tomarse unos mates en plaza serrano junto a sus amigos hippies que venden artesanías en dólares. Además, el hippie postmoderno está muy arraigado a la cultura cannabis (lleva su libro “Cultivo Cannabis” a todos lados) y le fascina fumar marihuana en situaciones sociales, es super cool. Ah y arma sus propios cigarrillos de tabaco, es más original…
Los lugares donde podemos encontrar a este tipo de individuos varían desde una disco de lo más top hasta un barcito reggae ubicado en lo más recóndito de la ciudad, siempre y cuando muchos de su especie lo habiten, convirtiéndolo, por lo menos por un tiempo, en uno de los lugares con más onda hippie de la ciudad. Algo que aquí en Capital Federal, o Baires como suelen decir algunos de ellos, le ocurrió a un gran lugar como lo es el centro cultural Konex. Una fabrica de la década de 1920 que comenzó con pequeños espectáculos con entradas no mayores a 5 pesos hechas a mano y fotocopiadas, donde uno podía ir a relajarse entre Fabianes y Stellas y escuchar música al aire libre. Hoy llamado Ciudad Cultural Konex se convirtió en gran escenario de bandas alternativas que convocan grandes masas de hippies postmodernos y extranjeros que buscan vivir la experiencia alocada de la juventud porteña.
¿Tiene algún tipo de ideología social o política el hippie post?
En realidad no, pero podríamos, en algunos aspectos, definirlo como un ser pseudofilósofo nostálgicosetentista de liberación de izquierda. O sea, un pibe que no entiende nada de filosofía pero le encanta nombrar frases celebres de Descartes, Maquiavelo, Nietzsche, Marx, lenin, etc. Cosas que van en algún punto en contra de su estilo de vida y su no ideología. Añora los 60 y 70 aunque no sabe bien que paso en esas décadas y se considera de izquierda viviendo una vida de derecha.
Y así, es como la cultura del hippie postmoderno se impone entre nosotros y nuestra juventud como las tribus urbanas de renombre. Por mi lado, creo considerarme tener algo de hippie postmoderno sin pertenecer de lleno al género, ya que me gusta pensar que no pertenezco a ningún tipo de clase teniendo mi propio movimiento social y político conmigo como único integrante, y además claro esta, de no compartir muchas cosas con ellos. Lamentablemente no me gusta pero no queda otra de ser parte del sistema, pero como un buen amigo filósofo contemporáneo me dijo: “Nosotros no somos vendidos, somos infiltrados”.
¡Por fin! Los Juegos Olímpicos llegaron a Sudamérica. Y encima en la ciudad más alegre del mundo: Río de Janeiro. Cuando se dio a conocer la decisión de que Brasil, la octava potencia económica del mundo, fuera la anfitriona de los Dioses del Olimpo en el 2016 todos nos asombramos al escuchar los proyectos a realizarse en el territorio carioca. Una inversión de 8.500 millones de euros traducidos en 24 millones de árboles a plantar, un pabellón de cambios climáticos, mejoramiento en la línea de transportes, transformación del emblemático estadio Maracaná, etc. ¿Pero está preparado el país mas prospero de Sudamérica para que todo salga según lo previsto? ¿Cuenta con la capacidad y la voluntad política para hacerlo?
No es sorpresa que en la ciudad carioca donde habitan alrededor de seis millones de personas, de las cuales dos millones viven en alguna de las 620 favelas donde reina la violencia debido al narcotráfico y la represión policíaca, hayan muerto más de 12 personas en un enfrentamiento entre dos bandas de traficantes y la policía brasileña, que terminó con el derrumbe de un helicóptero de la Policía Militar. Lo que si sorprendió a todos fueron las polémicas declaraciones del Excelentísimo Presidente de este país, Luiz Inácio Lula da Silva, al decir que: “Vamos a limpiar la suciedad en Río de Janeiro”, refiriéndose a la delincuencia.
¿Traen estas declaraciones y el aumento de la represión policíaca alguna solución? La respuesta, obvia pero cierta, es no. Sobre todo cuando después de estas maravillosas palabras las muertes por violencia treparan a 25, que delincuentes tomarán una escuela y que los enfrentamientos entre las dos bandas más grandes de narcotraficantes – Comando Vermelho y Amigos de los Amigos – y la policía se incremente cada ves más.
El plan del Gobierno actual brasileño de cara a los Juegos Olímpicos de 2016 y el Mundial 2014 es tapar con infraestructura las partes pobres de la ciudad y aumentar la presencia policial y su equipamiento. Ah y lo más importante, erradicar a tres mil 500 familias que residen en seis favelas de las zonas norte de Río para poder concretar algunos de los proyectos que piensa realizar el Comité Olímpico Internacional (COI). También Brasil pretende, de cara a 2016, poner en marcha un proyecto de inserción de miles de jóvenes que van a recibir a través del deporte una salida contra la droga. Pero esto es absurdo si pensamos que el Gobierno de Lula, a principios de este año, recorto en un 85,69 por ciento el presupuesto del Ministerio del Deporte (ME). Lo que nos hace llegar a la conclusión de que el Estado, al parecer no apoya demasiado a sus deportistas amateurs. ¿Pero entonces que va a pasar? ¿De alguna manera mágica los problemas de drogas, exclusión social y violencia van a cesar? ¿Qué va pasar después de que los Juegos Olímpicos terminen?
Estas preguntas y muchas más son las que resuenan entre nosotros cuando pensamos en lo que se viene de cara a uno de los eventos deportivos grandes del mundo. Y sobre todo si recordamos lo que pasó durante los Juegos Panamericanos 2007, cuando en vísperas de los mismos el gobernador de Río, Sérgio Cabral aumentó la represión policial en busca de la “higiene social” de la ciudad, ocasionando entre febrero y junio (un mes antes de los Juegos) la muerte de miles de personas y heridos. Insistimos ¿Y después? Al parecer todo va dirigido a solucionar, o mejor dicho, a tapar durante 2014 y 2016 todos los problemas que sufre Brasil.